Javier Casares.
El panorama cultural
e intelectual actual constituye un verdadero páramo en el que surgen algunas
muestras de vegetación por los esfuerzos denodados de algunas personas que
intentan cultivar las artes fundamentales. Al fin y al cabo, como señala Ortega
y Gasset, “ El Arte es el punto de vista de la vida”. Desde una postura
fugitiva de la autocomplacencia, se puede señalar que el Teatrillo de Chamartín
se desenvuelve en esta órbita de intentar generar amenos vergeles centrados en
la literatura y el teatro.
Las series y programas televisivos se erigen en los
bastiones de la entronización de la más atroz chabacanería. La televisión que
surge de las alcantarillas se convierte en el eje fundamental de los flatus
vocis multiusos. La jerigonza de los nuevos lenguajes se instala
confortablemente en la barbarie sintáctica, morfológica, léxica y semántica.
La citada barbarie cultural desemboca en la capacidad de
hablar sobre temas que se desconocen con absoluta seguridad, tanta como
desconocimiento. La “invasión política”
de todos los ámbitos culturales y artísticos junto al predominio del componente
negocio (business is business) contribuyen
al proceso. Se atribuye a un poeta, el nombre suele variar, la siguiente anécdota.
En una ocasión iba paseando con un amigo y al pasar cerca de un estanque se
detiene un momento observando unas flores y finalmente pregunta a su
acompañante: “ ¿ Cómo se llaman esas flores amarillas tan bonitas que hay ahí?
El amigo, con cierto tono enfático e irónico le contesta: “Nenúfares. Los que citas continuamente en
tus poemas”.
En definitiva se puede estar hablando continuamente de la
crisis económica , del cambio climático, de los
programas televisivos basados en la estulticia y cualquier tema de actualidad ignorando
absolutamente que son esas flores amarillas. Las actividades embrutecedoras
además, pululan como infusorios multitudinarios.
En este contexto, el teatro aficionado constituye un ejemplo
de resistencia de “los últimos
mohicanos”. La cultura es respeto. Se trata de descorrer la cortina del balcón
de nuestro tiempo y mirar que tiempo hace y que cosas pasan en la calle. Aristóteles
señala que con las mismas palabras se puede construir una tragedia o una
comedia. Pues bien, el Teatrillo suele elegir la comedia para intentar
contribuir a la diversión de los públicos
asistentes que pueden disfrutar de las filigranas de la inteligencia
cómica. El gran director de cine Billy Wilder se muestra contundente: “Cuando quiero enviar un mensaje, utilizo el
Servicio de Correos”. El propio Jardiel
Poncela siempre pone de manifiesto que no soporta a quienes desean hacer del
arte una sucursal del aburrimiento.
El esfuerzo de los directores y actores del Teatrillo es muy
considerable. Siguiendo a Stanislavsky se puede hablar de relajación,
concentración, imaginación memoria emotiva, memoria sensorial y, en sus últimos años, del método de las
Acciones Físicas en el que se articula
lo físico y lo psíquico. Más allá de la teoría lo importante es actuar con
entusiasmo y siguiendo las directrices de los directores. A este respecto es
ilustrativa la anécdota de Laurence Olivier y Dustin Hoffman. Este último dejó
de dormir para sentir la vivencia del insomnio y el cansancio. El veterano
Olivier, mucho menos metódico, le señaló con clarividencia irónica: “Jóven, por
qué no prueba simplemente con actuar”.
La nueva obra que representa el Teatrillo de Chamartín es Buenas noches,Sabina de Víctor Ruiz Iriarte.
Han empezado las representaciones con considerable afluencia de público en el
Centro Cultural El Pardo y en la organización Sansana. El entusiasmo y el
esfuerzo presiden las actuaciones. Remedando el propio texto del autor: “Entonces, cuando la vida les ofrece su
pequeño milagro caen en la cuenta de que no está todo perdido, de que todavía
merece la pena vivir”. El teatro aficionado, y el Teatrillo de Chamartín
abanderando este mundo, pretenden seguir instalados en el pequeño milagro. La
próxima representación después del verano. Estáis todos invitados.