El pasado
sábado, fui con mi hermana y mi cuñado a ver a su suegra, es decir, a mi madre, en la representación de una obra de teatro Nosotros, ellas y
el duende.
Me gustó la obra, es divertida y todos los actores estuvieron muy profesionales
y metidos en sus papeles. Pero mi
madre, mi madre, lo hizo genial.
Sí, y no sólo lo digo por ser portadora de sus genes,
sino porque según avanzaba la obra, más se alejaba del papel de mi madre y se acercaba a Antonina, señora que vivía
en Palma, tenía un hijo que yo no conocía y además iba a volver a casarse.
Todo el que la conoce
sabe que es una mujer discreta, que no le gusta llamar la atención, pero en el
escenario, se crece. El escenario parece
creado para que ella se mueva y viva la vida del personaje que representa.
También puedo
añadir que tiene mala memoria, pero esto no la amedranta a la hora de representar
papeles extra-largos. Su truco,
llevar una grabadora colgada del cuello, con el papel, día y noche.
Os contaré una
anécdota a este respecto. Como mi madre se pasaba el día gritando, llorando, riendo y hablando sola pensé que sería
bueno contárselo a las personas que viven en mi casa, hijos, amigos, y a la
persona que me ayuda con los niños y la casa.
Cuando se lo
conté, me hizo una gran revelación: ¡estaba preocupadísima llevaba varios días
observándola y pensaba que había perdido el juicio!.
Desde que
es actriz, he oído cosas que esperaba no tener que oír nunca: ¡Menuda
monja entrometida! ¡Se casa por el dinero! ¡Es una lagartona! ¡Me
encanta!
Eso sí, es raro
verla ensayar los jueves, y…. ¿cuál es la razón?, porque tiene que cuidar a sus nietos y así su hija puede ir al taller
de pintura.
Gracias mamá.
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