domingo, 23 de marzo de 2014

SENSACIONES

De parte de una de las grandes incorporaciones de esta temporada:


Desde niño, fui muy aficionado al teatro. Siempre lo he preferido al cine.

En mi época de estudiante en Barcelona, no me perdí un estreno. Claro que para mi, en aquella época, los precios de las entradas ya me resultaban prohibitivos; pero los muy aficionados teníamos una solución: la “Clá” . ¡Anda que no he aplaudido –al mando del jefe de Clá, por supuesto– a grandes actores, y a verdaderas “castañas” en esa época!

También hice mis pinitos como actor. Bueno o malo, no lo sé ni tengo ningún interés en saberlo. Pero me gustaba y lo pasaba bien.

Ya jubilado, un compañero de trabajo (también jubilado), con el que en otro tiempo ya había participado en alguna representación teatral, me invitó a completar el reparto de una obra que estaba preparando junto a un grupo de aficionados: “El Teatrillo de Chamartín”. Se reunían cerca de mi casa, en un salón de la Parroquia de S. Miguel. Me pareció bien y me presenté al grupo, de la mano de mi compañero.

El grupo resultó ser un conjunto bastante heterogéneo de personas. Eso presentaba para mi una gran ventaja, ya que así se excluía toda tentación de corporativismo –del que por experiencias anteriores, guardo un pésimo recuerdo–. Sólo buenas relaciones y, quien sabe, amistades.

La obra ya estaba elegida: La vida privada de mamá , de Víctor Ruiz Iriarte. Me dieron un papel y empezamos los ensayos. Eran ensayos divertidos, durante los cuales fui conociendo a cada unos de los participantes, con sus peculiaridades, con sus manías y sus humores, con sus debilidades y virtudes, puntuales e impuntuales; en fin, gente normal, de buena pasta, entre la que me sentí –y me siento– bien. 

Llegó el día del estreno. Cargar con el atrezo, montar el escenario …  “la silla, mejor allí; no mejor acá; ¡que no hombre, que no …!” y todo eso. Al fin, con los elementos de qué se disponía, se consigue una cierta unanimidad en la estética. No estaba mal, la verdad.

El local se llena, nervios, último repaso al papel, salida a escena … aplausos, familiares entre los espectadores, parabienes, satisfacción general, y a desmontar el tinglado y llevar los trastos al almacén de la parroquia. Supo a poco. Deseos de repetir. Se repite y de nuevo la misma secuencia de acontecimientos. Y aunque regreso a casa bastante cansado, me siento contento, satisfecho. No tanto por lo bien o lo mal que haya salido la representación, sino por la sensación de haber realizado algo en compañía y colaboración con buena gente, con la que, seguramente, continuaré viéndome, tratándome y preparando nuevos trabajos. Conociéndoles cada vez un poco mejor y estrechando, a través del teatro, estos incipientes lazos de amistad que ya a mis años, voy necesitando cada vez más.

Ruperto M. Palazón    Madrid, 22 de marzo de 2014

 

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