miércoles, 9 de marzo de 2016

DE UN EXCELSO ACTOR Y MEJOR COMPAÑERO Y AMIGO

Cómico:
Itinerante que hacía sus representaciones
de pueblo en pueblo.
Persona que, integrada en una compañía, representaba la comedia del arte.
De la R.A.E.

De nuevo, un año más, el grupo de compañeros del Teatrillo de Chmartín del que formo parte, nos reunimos y elegimos un libreto para representar una obra de teatro.

De nuevo, cada uno de nosotros se metió, de la mejor manera que supo y pudo, dentro del personaje que decidió representar. Para ello tuvo que procurarse su aspecto exterior, participar en la preparación de los cachivaches que conformarán el escenario dónde se desarrollará la acción del libreto e incluso, el que tenía aptitudes para ello, sacar su vena artística  y conformar paneles, cuadros y demás accesorios de la escena.

De nuevo, los integrantes de este grupo de cómicos aficionados, debimos cargar esos cachivaches en un carromato –un “camión”, en este caso– y llevarlos a los diferentes escenarios donde se nos solicitaba una representación de la farsa preparada y montar, con ilusión y con esfuerzo, sobre  tablados desnudos, la escena dentro de la que íbamos a dar vida a nuestros personajes.

De nuevo, terminada la representación y recibidos los benévolos aplausos de las gentes a las que se ha intentado emocionar, ya vacío de público el recinto, despojarse de los trajes y de la personalidad adquirida durante unas horas, desmontar el tinglado, cargarlo en el carromato y más o menos satisfechos, volverse a casa, hasta la siguiente representación, en otro lugar, y ante otras gentes dónde, de nuevo, repetiremos todas esas tareas. Como verdaderos cómicos.

Porque mientras participo en todo esto junto a mis compañeros, mis amigos, no puedo menos que sentirme un auténtico cómico. Como los de antes. Como aquellos que iban de un lado a otro con su carromato cargado de cachivaches, trajes y mucha ilusión, representando farsas llenas de fantasías, sueños e incluso comicidad, para las gentes que acudían a veles.

Siento que mis compañeros y yo, también de nuevo, repetimos el ritual que desde hace siglos han seguido los auténticos cómicos que, por afición –y muy a menudo también por necesidad– se han dedicado a recorrer pueblos y ciudades con sus carromatos cargados de cachivaches, decorados, trajes e ilusiones. Lugares adonde iban a emocionar a gentes que acudirían a verles.

Siento que no hay grandes diferencias entre aquellos cómicos y los que integramos nuestro querido Teatrillo de Chamartín. Y esto me produce un conjunto de sensaciones, tan agradables (aunque contradictorias) que se me agarran en el alma y me conducen una y otra vez a continuar, con mis amigos y compañeros, en el bonito juego de ser cómico


Bueno, en realidad entre aquellos cómicos y nosotros sí hay una diferencia: a aquellos no se les permitía ser enterrados en sagrado.   

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